El primer número de Baormos nace del deseo de pensar en voz alta, de escribir sin pedir permiso, de crear una publicación que no tema la mezcla entre la lucidez y el desvarío. Este número inicial inaugura un espacio para el pensamiento contemporáneo desde la universidad, pero no se conforma con hablar sobre el mundo: quiere hablar desde él, con la temperatura, el vértigo y la duda de quien lo habita.

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En su apertura, Baormos propone una línea editorial clara: pensar la cultura no como un conjunto de productos, sino como una fuerza que modela la sensibilidad y el imaginario colectivo. Por eso sus páginas son un campo de tensiones entre la teoría y la experiencia, entre la reflexión y la herida. Aquí conviven la filosofía y el cine, la sociología y la poesía, la entrevista y la crónica, sin jerarquías ni categorías fijas.

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Los textos del número uno son una especie de mapa emocional del presente. Ensayos que piensan la imagen como lenguaje del deseo; conversaciones con artistas que desnudan su oficio; relatos donde el cuerpo y la ciudad se confunden; y fotografías que no ilustran, sino que interpelan. Cada pieza fue elegida con la intención de formar una constelación: una suma de voces que, juntas, dibujan una forma nueva de leer. Baormos se comporta como una pregunta: ¿qué puede hacer la palabra en tiempos saturados de discurso? La respuesta, tal vez, está en la apuesta estética que la atraviesa: escribir no para informar, sino para iluminar; editar no para ordenar, sino para provocar.